Siempre te tuve como una persona distante y poco demostrativa.
Y en ese momento en el que hablábamos, y se me iba cerrando la garganta, tuve miedo.
Tuve miedo de tu reacción.
Llegamos, no me pude contener.
Se me escaparon una, dos, tres lágrimas.
Me miraste, te incomodaba.
Apreté los dientes, me mordí el labio con más fuerza que nunca, quizá las lágrimas se detendrían así.
Pero no, no se detuvieron.
Nos subimos al colectivo, corrí a sentarme.
Miré por la ventana, me compraste caramelos para animarme.
Me diste uno, te miré.
Perdonáme, te dije.
Me dijiste que estaba todo bien, que si quería llorar, llorara.
Pero no, no estaba todo bien.
No me contuve, rompí en llanto cuando me abrazaste ( algo incómodo, sé que te costó. )
Lloré, y con ese llanto se fue gran parte de todo lo que guardaba adentro hacía tanto.
Te dije que no lloraba seguido y que me costaba demostrar tristeza,
que acumulaba todo hasta explotar.
Me dijiste que eras igual ( por supuesto, somos iguales, demasiado. )
Te pedí perdón de vuelta por llorar, sintiendo que arruiné el viaje.
Me dijiste que no me querías ver nunca más así.
Hablamos, seguimos hablando.
Algo que no esperaba, fueron esas lágrimas que te terminaron cayendo a vos también.
Te dije que iba a estar todo bien.
Me dijiste que no con la cabeza.
Pero, a pesar de la incomodidad, y de la tristeza, me sentí un poco más cerca a vos.
Sí, los amigos están en las buenas.
Los amigos de verdad, están en las buenas y en las malas, por mucho que les cueste.
Gracias.
Yo también te odio, pendejo de mierda.
[ Un viaje largo, un viaje cargado de emociones. ]
Va a sonar un comentario como tantos, pero me agarró congoja mientras recordaba una situación similar con alguien.
ResponderEliminarGracias por pasarlo a palabras.